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Índex, revista de arte contemporáneo

versión On-line ISSN 2477-9199versión impresa ISSN 1390-4825

Índex  no.3 Quito ene./jun. 2017

 

Temas del arte

GEOMETRÍAS COLABORATIVAS: Sobre Metamodernidad y el Proyecto Colectivo de Miguel Braceli.

COLABORATIVE GEOMETRIES: On Metamodernity and the Collective Project of Miguel Braceli.

Manuel Vásquez-Ortega


Una modernidad más que nunca cuestionada parece no poder dar respuesta ante la desmesurada “evolución” de la contemporaneidad sin nombre; haciéndose cada vez más necesaria su revisión y apareciendo la Metamodernidad como aparente transición a un nuevo momento del pensamiento. Pero ¿cómo se adapta una nueva filosofía a Latinoamérica, sabiendo que su salto a la modernidad se sigue apreciando inacabado, sumado a un complicado panorama socio-económico y político? Tras la revisión de distintas formas de arquitectura contemporánea latinoamericana encontramos el caso de estudio: el Proyecto Colectivo del venezolano Miguel Braceli, que tras un complejo y completo repertorio de intervenciones se cataloga como una respuesta metamoderna en medio del trópico, replanteando la relación entre arte y arquitectura, y destacando los procesos de creación grupal, para así reflexionar sobre la importancia de las relaciones sociales en los procesos creativos y la responsabilidad de los ciudadanos en la construcción de la ciudad.

Palabras clave: Metamodernidad; Modernidad Líquida; Filosofía y Arquitectura; Miguel Braceli.

ABSTRACT:

A modernity more than ever questioned seems to be unable to respond to the disproportionate "evolution" of nameless contemporaneity; becoming more and more necessary its revision and appearing Metamodernity as an apparent transition to a new moment of thought. But how does a new philosophy adapt to Latin America, knowing that its leap into modernity continues to be unfinished, coupled with a complicated socio-economic and political landscape? After reviewing different forms of contemporary Latin American architecture we find the case study: the Collective Project of the venezuelan Miguel Braceli, who after a complex and complete repertoire of interventions is cataloged as a metamodern response in the middle of the tropics, rethinking the relationship between art and Architecture highlighting the processes of group creation, in order to reflect on the importance of social relations in creative processes and the responsibility of citizens in the construction of the city.

Key words: Metamodernity; Liquid Modernity; Philosophy and Architecture; Miguel Braceli

INTRODUCCIÓN

Segunda década del segundo milenio y continuamos viviendo una modernidad coetánea, coincidente y seguidora de pensamientos y acciones que solemos llamar contemporáneas en medio de una fusión-confusión de conceptos, donde lo “moderno”, lo “contemporáneo” y lo “presente” se convierten en dimensiones imprecisas en las que se desarrolla una vida aparentemente moderna, liderada por la globalización y la uniformización, en la que el hombre aparentemente contemporáneo realiza descubrimientos de obsolescencia cíclica, establece comunicaciones de rapidez abrumadora y crea tecnologías de inteligencia sobrehumana, haciendo del aparente presente un lugar para cuestionar.

La reflexión sobre la modernidad continúa siendo uno de los espacios más importantes en el pensamiento de los últimos tiempos, paradoja histórica que ha decretado muerto, superado, revisado, editado y reeditado al proyecto de pensamiento en base a los conocimientos infinitos (Habermas, 1981), que sigue siendo sobrellevado con sus logros y fracasos, aciertos y errores en una sociedad de falsa homogeneidad titulada occidental. Esta, desde sus bases propone una existencia “ideal” convertida en forma de vida imposible, inviable y hasta irresponsable en una actualidad donde la diversidad y la heterogeneidad se alzan como salvavidas del pensamiento.

Así nos encontramos ante una situación de erosión social que lleva a la instauración espontánea -casi inadvertida- de un pensamiento nuevo creado por la incapacidad de una misma cultura para comprenderse según bases establecidas (Salas, 1991), siguiendo la hipótesis de la Discontinuidad Epistemológica de Foucault, en la que el autor plantea el escenario histórico de una civilización que deja de pensar como lo ha hecho hasta entonces y se dispone a pensar en otra cosa y en una forma diferente.

Anclados en este momento reflexivo de abstracta fluidez -metáfora regente de la actual etapa de la era moderna (Bauman, 2002)- la figura del otro, tipificado extraño por desconocido, se ve duramente cuestionada en la identificación del rumbo de nuestra contemporaneidad, en la que una tradición egoísta, egocéntrica y recientemente ególatra ha traído consigo una serie de efectos adversos propios de la occidentalización, acompañada de una modernidad que aún hoy continúa dispersándose para llegar a nosotros con ventajas y desventajas propias de la tardanza.

Ahora y en Venezuela como en muchos países latinoamericanos, la modernidad tardía, sobre-moderna, o simplemente “nuestra” nos continúa exigiendo reflexionarla para comprenderla, adelantándonos a través de ejemplos alrededor del mundo que la construcción del futuro se hace sumando a los individuos.

“NUESTRA” MODERNIDAD

Imagen 1: Nuestra modernidad. Parque Central. Autor: Julio César Mesa (2016). 

“La modernidad en los procesos venezolanos se muestra en la extrañeza de una palabra evasiva, que de su fuerza original de proyecto emancipador de la sociedad sólo nos ha dejado la consideración de un término débil, desactivado de su univocidad, para convertirse en un lugar híbrido, transparente, traspasable, preparado para impregnar a todos los contextos de la existencia actual” (Marín, 2006).

Para Venezuela, la máquina de la modernidad hace combustión con la explotación petrolera y la adopción del modelo rentista como sustento de la economía nacional (segunda década del siglo XX), aun siendo este incapaz de sostener el descontrolado y desmesurado proceso de urbanización de las ciudades (Piccinato, 2007), sumado a la ebullición cultural y a la inversión de capital extranjero en la empresa privada nacional. Caracas se convierte en la meca tropical del progreso, el crudo se impone como el new black, y la occidentalización gana otra batalla; pero si altas culturas como la azteca y la incaica sucumbieron ante su empuje, ¿cómo no lo haría una sociedad de pensamiento débil como la venezolana? Así, la liquidez con la que Bauman definió una modernidad que no se fija al espacio ni se ata al tiempo se ve coagulada en una colectividad cuyo salto del campo de café al petrolero fracturó un concepto clave para la armonía de cualquier país en vías de desarrollo: la comunidad.

La trama de relaciones sociales existentes en el pasado entre los habitantes de las pequeñas ciudades venezolanas era tan clara y lógica como el trazado de sus calles, lugares de amabilidad y respeto característicos de la convivencia pre-moderna referida coloquialmente como la “época de Maricastaña”. Pero al diluir los sólidos en pos de la fluidez moderna, estas relaciones, agencias de acción colectiva, se desmoronan y desarraigan de la tradición para poder re-arraigarse en nuevos preceptos de la sociedad ideal.

Como consecuencia nuestra actualidad se manifiesta desarticulada, conformada por nuevos grupos étnicos de creencias confusas e intereses particulares, cuyos integrantes se identifican como extraños con probabilidades de conocerse en un acontecimiento sin pasado y posiblemente sin futuro, reafirmando que una comunidad es, en esta época, “la última reliquia de la utopía de una buena sociedad” (Bauman, 2002).

Por su parte, la arquitectura como producto cultural por excelencia ha encontrado en la complejidad de lo contemporáneo un espacio de experimentación -más allá de la forma- en la búsqueda de reconstruir los lugares que la modernidad nos ha hecho dejar atrás, haciendo énfasis especial en la sensibilidad de los procesos, la reflexión sobre las experiencias, el respeto hacia las tradiciones, el diálogo contextual y la inspiración en lo local, alejándose cada vez más de las ostentaciones de volúmenes y materiales que como cáscaras vacías de esencia se implantan en las ciudades para ser teatro de los problemas urbanos y algunos, los problemas en sí mismos.

PROYECTO COLECTIVO

Entre uno de estos positivos casos encontramos a Proyecto Colectivo, una iniciativa dirigida por el arquitecto y artista venezolano Miguel Braceli , que desdibuja la estigmatizada connotación de la otredad, para integrarla en sus intervenciones procesuales a gran escala, en las que el paisaje y el individuo, entendido como la unidad de un todo, coligan en una transformación momentánea del espacio, mientras éste supera su concepción tradicional de receptáculo vacío e inerte para ser resultado de la acción, las relaciones, las experiencias sociales, y a su vez parte de ellas.

Sumando esfuerzos individuales, Braceli dirige colectividades circunstanciales con fines determinados: rodear un espacio, desplazar un material, activar un dispositivo; a través de redes de interacción, colaboración y participación entre los integrantes del acto, que convocados o agregados espontáneamente, realizan una práctica de diálogo en un proceso creativo que cataliza la reclamación y reapropiación del lugar.

Imagen 2: Área. Autor: Miguel Braceli (2014). 

Bauman afirmó que los espacios vacíos están principalmente vacíos de sentido, encontrando en la ciudad moderna un amplio repertorio de no-lugares en los que el usuario se siente vulnerable y perdido, alarmado y hasta atemorizado ante la posibilidad de interactuar con otros seres humanos. Mientras tanto ese sujeto, receptor sensorial del espacio, establece vínculos con el lugar en los que comparte una serie de informaciones que le harán aprehenderlo o rechazarlo, encontrando un claro ejemplo de este suceso comunicacional entre individuo y espacio urbano en ÁREA (2014), una intervención participativa sobre el espacio público a cargo de Miguel Braceli:

La presencia espectral del proyecto moderno aparece como escenario en las estructuras arquitectónicas que contienen a la Plaza Caracas, hito y emblema de la ciudad progresista cargado de una pesada historia y un aire altamente politizado. En medio de este espacio, Braceli, siguiendo la geometría de ángulos rectos propia de la arquitectura moderna inscribe un rectángulo delimitado por 400 metros de cinta industrial sostenida por un grupo de personas que como puntos móviles se desplazan coreográficamente alrededor del espacio vacío y hasta entonces desprovisto de sentido.

Con el fin de responder de manera tangible y conmensurable a una serie de preguntas establecidas previa a la acción (¿cuáles son las dimensiones de la ciudad y cuáles las de la arquitectura? ¿Cómo se dibujan estas relaciones desde sus habitantes? ¿Cuáles son las dimensiones de lo público? ¿Cuáles son sus contenidos? ), la intervención deconstruye los límites semánticos del espacio público a través de la paradoja de erigir con esfuerzos conjuntos un objeto que lucha invariablemente por deshacerse de su constructividad, creando nuevas relaciones sociales dentro de un contexto urbano comprometido por la segregación y reformulando los cuestionamientos iniciales para pensar, si, como en el pasado, el remedio fuera marchar codo a codo y al mismo paso (Bauman, 2002).

En un acto efímero pero de sensible contundencia, la obra supera su condición objetual eliminando los límites entre arte y espectador, presentando al cuerpo como un elemento más en la estructura, unido al objeto artístico en un acto de emancipación del sujeto, que al interconectarse y compartir intimidad con otros, abandona su figura de actor individualizado para re-arraigarse en un espacio-tiempo determinado, siendo éste según Richar Sennett el único método restante para construir comunidad (Bauman, 2002), al sustituir la búsqueda de la verdad absoluta y de forma individual -finalidad existencial del hombre moderno- por el convivir, el único fin del hombre meta-moderno, un ser de convivencia dialogal basado en la relacionalidad que supedita toda experiencia humana al vivir ético (López Herrerías, 2009).

“ENTRE Y MÁS ALLÁ”

El prefijo “meta” indica superación: después de, más allá de; pero la Metamodernidad no se presenta como un simple salto del proyecto moderno, que vigente o fracasado se mantiene como base conceptual de este nuevo momento reflexivo de la contemporaneidad, superando sus debilidades más que sus premisas, con el único objetivo de dar respuesta a los grandes problemas del hombre de hoy a través de la coexistencia.

En 2010, la Metamodernidad es propuesta como un planteamiento estético-filosófico por los teóricos culturales Timoteo Vermeulen y Robin van den Akker, basado en el movimiento de polos opuestos y más allá de ellos, un romanticismo pragmático sin obstáculos por anclaje ideológico síntesis entre la poesía y la ciencia; haciendo público el Manifiesto Metamoderno que a través de ocho ideas claves explican esta nueva ontología contemporánea.

Al ser más descriptivo que prescriptivo, el discurso metamoderno se presenta como un medio inclusivo de articular los desarrollos en curso asociados a una estructura del sentimiento, para los que el vocabulario de la crítica (moderna y posmoderna) ya no es suficiente, pero cuyos caminos futuros aún no se han construido, por ello se hace posible calzar en este espacio de transición conceptual a la obra de Miguel Braceli, muy bien definida por el investigador de arte Félix Suazo como “estrategias contemporáneas de estética moderna”, herencia irrevocable de la abstracción geométrica que se enraíza en la memoria visual y espacial del venezolano como imagen de la construcción inacabada de una utopía.

Mientras tanto, esa condición perenne de la modernidad inconclusa, permite crear diferentes versiones de un final desconocido en el que todo se hace posible, siendo esta una metáfora presente en Construir el Mar(2015), una acción participativa en la que lo imaginario de la mano de lo abstracto logra la transformación de uno de los espacios más icónicos de la modernidad latinoamericana: la Ciudad Universitaria de Caracas. Utilizando como fondo y soporte un ejemplo de que las utopías se edifican, Braceli nuevamente articula una masa de individuos con muchos o pocos nexos entre sí, para construir por medio de una expresión simbólica las formas de olas de un mar abstracto que en paralelo evidencia el poder de la imaginación como el acto creador más humano.

Construir (Heidegger, 1951) es en términos de Heidegger un verbo más allá de lo físico-material, relativo a habitar en la proximidad, habitar el hábitat, permanecer y residir. Siguiendo esta idea podría afirmarse que convivir aparece entonces como otra forma de construir, en la que las relaciones humanas encuentran nuevos sentidos en la civilidad, capacidad de interactuar con extraños sin atacarlos por eso y sin presionarlos para que dejen de serlo (Bauman, 2002)., para paulatinamente empezar a disfrutar de la mutua compañía que hará a los individuos más ciudadanos.

Imagen 3: Construir el mar. Autor: Miguel Braceli (2015). 

CONCLUSIONES

Siendo Venezuela un país con una marcada polarización producto de desigualdades socio-económicas que se enfatizan con temas de ideología y política, se hace difícil pensar en la posibilidad de convivir con las diferencias (por no hablar de regocijarse en ellas y aprovecharlas), encontrando una gran enseñanza en el Proyecto Colectivo de Miguel Braceli, que logra en lo efímero de cada intervención transformaciones perdurables para la ciudad, donde un grupo de personas que comparten una complicada actualidad confirman entre sí que no están solos en la lucha con sus dificultades, infundiendo nuevos ánimos y energías a la alicaída decisión de seguir luchando.

Las metáforas de metamodernidad construidas por Braceli demuestran que la individualidad se hace fuerte al convertirse en colectivo, condensando preocupaciones particulares en intereses comunes y posteriormente en una forma de acción titánica, instrumento de ciudadanía y conciencia, devolviendo las esperanzas en aquella definición aristotélica de la ciudad como “un grupo de personas unidas por una decisión de vida común”(Nava, 2009), en medio de un tiempo de pensamiento capaz de volver atrás para recoger a los heridos de una lucha de conceptos, ayudarlos e integrarlos en un pensamiento nuevo y rico sin necesidad de recurrir a formas, que, aunque novedosas chocan contra la realidad del existente concreto individual.

En la construcción y recuperación de las urbes o el paso a la contemporaneidad de las mismas nos exige habitar en la proximidad de los otros, superando premisas heredadas de ideales viciados en su recorrido, para apostar a la convivencia, al diálogo y la comunicación, olvidando la separación polar del creador y el espectador para evolucionar hacia un estado plural de autores, y así, devolver la autonomía de erigir ciudades según sean las necesidades de sus habitantes, actores emancipados de la apatía que acuerdan sus diferencias con el fin de crear y recrear los espacios de reunión y reconocimiento que les servirán de intermediarios en la reconstrucción de la sociedad, pues, coincidiendo con Bourriaud, “parece más necesario crear relaciones posibles con los vecinos en el presente, que esperar días mejores en el futuro” (Bourriaud, 2008).

BIBLIOGRAFÍA

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Recibido: 01 de Marzo de 2017; Aprobado: 01 de Mayo de 2017

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